En
el camino de los primeros seres humanos
Por Cristian Frers WASTE MAGAZINE
El debate sobre el origen de hombre ha avanzado sustancialmente en
los últimos años. En el orbe biológico, los lazos de hemandad son
patentes. Los gibones comparten con el hombre el 95% de su
material genético; y los gorilas, el 97,7%. En el caso del
chimpancé y el bonobo, el parecido genético es asombroso:
compartimos el 98,4% del ADN. Sin embargo, muchas de las
cuestiones que se plantean las investigaciones actuales poseen
profundas raíces históricas. Estas semejanzas en los genes está en
consonancia con las conductas y relaciones sociales casi humanas
y, por qué no decirlo, a veces humanas que exhiben muchos
primates, sobre todo los grandes antropoides.
Durante el siglo pasado el tema de nuestras relaciones con los
simios efectuó un ciclo completo, desde la época de Darwin, Husley
y Haeckel hasta poco después cambio del siglo, se consideró que
los parientes más próximos de los humanos eran los simios
africanos chimpancés y gorilas, mientras que el gran simio
asiático, el orangután, fue considerado algo mas distante. Desde
los años veinte a los sesenta, los humanos fueron distanciados de
los grandes simios, que fueron considerados como pertenecientes a
un grupo evolutivo muy especial. Pero a partir de 1960, el punto
de vista convencional volvio a la perspectiva darviniana. Darwin
creía que la "cuna de la humanidad" había sido el continente
africano.
La paleontóloga Meave Leakey encontro huesos de veintiún
especimenes de un animal aparentemente precursor de todos los
"eslabones perdidos". A los que bautizó
Australopithecus
anamensis que fueron descriptos como animales protohumanos
del género de los australopitecinos, tienen rasgos antiguos y
modernos a la vez, ya que recuerdan a primates precursores del
chimpancé y, por otro, prenuncian al futuro hombre moderno.
Por desgracia, existe una enorme laguna, lo que se llama vacío de
fósiles, al intentar encontrar el antepasado común del que derivan
tanto el hombre actual como los antropomorfos modernos y los
diversos homínidos ancestrales. La laguna se extiende entre el
período que va entre los ocho y los cuatro millones de años.
Habría que preguntarnos¿Cómo surgieron las primeras formas
simiescas? Los científicos barajan tres teorías. La más antigua y
menos convincente es la llamada arbórea, que sostiene que los
primates evolucionaron para adaptarse a la vida en los árboles. En
este mundo tridimensional, las órbitas de sus ojos se convergieron
hacia el frente, para dotarlos de una completa visión
estereoscópica. Este perfeccionamiento del aparato visual fue a
costa de un detrimento del olfativo y de una reducción del tamaño
del hocico. Para andar por las ramas, la naturaleza además les
reemplazó las garras por uñas, e hizo que se conservasen la
pentadactilia, es decir, los cinco dedos.
Por el contrario, la teoría de la depredación visual defiende que
estos cambios anatómicos surgieron para perfeccionar la búsqueda
nocturna de insectos y frutas en las ramas terminales de los
arbustos de los bosques.
La tercera posibilidad también incide en la dieta. Se trata de la
teoría de la radiación de las angiospermas. Sus mentores nos
aseguran que las adaptaciones de los primates emergieron para
detectar y explorar eficazmente los recursos alimenticios que
ofrecían las plantas con flores: frutas, flores, néctares, gomas e
insectos polinizadores.
De un modo u otro, en los albores del eoceno, hace unos 40
millones de años, aparecieron los auténticos primates. El primate
más antiguo es muy probable que haya sido un animal nocturno, no
más grande que una musaraña arborícola que, con el correr de los
años, sus descendientes optaron por un régimen diurno frugívoro.
Si los primates iniciales vivieron y evolucionaron hace unos
setenta millones de años, los monos lo hicieron hace unos cuarenta
millones, seguidos por los antropoides y finalmente hace su
aparición los homínicos en un período comprendido entre los 10 y 5
millones de años atrás con una única especie de simio bípedo.
De la misma manera que ordinariamente sucede con los linajes de
mamíferos de reciente establecimiento, la primera especie dio
lugar, por etapas, a toda una gama de descendientes, originando un
arbusto evolutivo relativamente exuberante. Inevitablemente
algunas ramas individuales fueron expurgadas de vez en cuando
originándose la extinción de las especies y la aparición de otras
nuevas.
Eventualmente, y de forma atípica para el conjunto de los grupos
mamíferos, el arbusto de los homínidos quedó reducido a una sola
especie -homo sapiens- como representante único de la familia.
Si pudiéramos viajar a Africa, digamos, 2 millones de años atrás,
encontraríamos diversas especies de homínidos, compartiendo quizá
un mismo hábitat, como es el caso hoy en día de algunos monos del
viejo mundo, o quizá ocupando hábitats distintos, como hacen el
gorila y el chimpancé. Cuántas especies de homínidos coexistieron
entonces en el continente es objeto de debate e incertidumbre; no
menos de tres, quizá seis, aunque pudieron ser más.
Para Johanson, el
Australopithecus afarensis es la raíz
ancestral de todos los homínidos posteriores, tanto de los
australopitecinos, como del Homo.
Johanson encontró al
Australopithecus afarensis, bautizado
"Lucy", que se supone había vivido en la sabana de Africa Oriental
hace 3,5 millones de años. Cuando murió tenía veinte años, un
cráneo de simio y fuertes colmillos. La sorpresa fue que caminaba
ya sobre dos patas.
Durante un tiempo, los Australopithecus convivieron en Africa con
el Homo hábukus: los primeros se extinguieron y quedó nuestro
antepasado directo, el Homo. El diferenciador de ambos grupos es
el cerebro: los cráneos fósiles de los australopitecinos sugieren
que el cambio de tamaño o forma de su cerebro fue mínimo o nulo
durante un millón de años.
Por otra parte, una de las características más llamativas de los
primitivos Homo fue el aumento de tamaño del cerebro.
Gracias a su inteligencia algo más aguda, pudo idear formas de
hallar alimentos nuevos, ampliar su base económica y desarrollar
un sistema social.
La evolución de las habilidades tecnológicas asociadas a la
fabricación de herramientas de piedra ha sido considerada siempre
como una explicación satisfactoria para la expansión de la
capacidad cerebral en el linaje Homo. Si los Australopitecinos
fueran en realidad igualmente hábiles entonces dicha explicación
perdería fundamento. A lo mejor apareció algún tipo de presión de
selección sobre las destrezas mentales que separaron los linajes
Homo y australopitecino. Lo que resulta difícil de determinar es
si iba asociada al desarrollo de actividades de subsistencia más
complejas o se enmarcaba en el dominio de unas interacciones
sociales más complejas.
Casi 500 mil años después de la aparición del Homo hábilis, surgió
sobre la Tierra el Homo erectus, que se diferencia de su antecesor
por poseer un mayor tamaño cerebral, un mayor tamaño corporal y
además caminaba en posición erguida. El Homo erectus estableció
campamentos fuera de Africa. Se han encontrado restos en Europa,
Asia e Indonesia y, naturalmente, en el Continente Negro.
Y allí empieza el problema ¿Fueron esos homínidos migratorios los
que evolucionaron en distintos sitios hasta originar el hombre
moderno, o el hombre moderno surgió en un solo lugar y luego se
esparció, eliminando a su paso con cuanto homínico u Homo erectus
encontró? En la actualidad, las opiniones no coinciden: según la
hipótesis del "Candelabro" (elaborada por Franz Weidenrech), el
Homo erectus se distribuyó en Eurasia y evolucionó por su cuenta,
en distintos lugares y de diferentes maneras hasta originar al
hombre moderno.
Por el contrario, la hipótesis del "Arca de Noé" (origen único y
en un solo lugar) supone que el hombre moderno evolucionó a partir
de una sola población que luego se esparció por el planeta.
Fue precisamente la ausencia de evolución lo que ha protegido a
nuestra especie, evitando que llegase a un callejón sin salida.
Nuestra especialización es no especializarnos. Si nuestros
antepasados sobrevivieron fue porque nunca intentaron llegar a ser
verdaderos adultos: adultos en el sentido de madurez cristalizada,
sin inflexibilidad. Los seres humanos hemos permanecido niños
durante toda la historia de la evolución y, desde luego en la
familia de origen, podíamos todas las características propias que
tienen un trasfondo cultural, como son el uso de palitos para la
caza de hormigas, la construcción de esteras con hojas secas para
sentarse, danzar bajo la lluvia y un extenso repertorio de hábitos
concernientes al acicalamiento social, entre las cuales podemos
encontrar: la curiosidad, la sinceridad, la flexibilidad y las
ganas de experimentar.
Seguramente alguno de todos aquellos pequeños, peludos y
colmilludos monos parados fue nuestro bisabuelo.
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