SUB, cuaderno de especies, el litoral mediterraneo
Al caer la tarde las doncellas -Coris
julis - se entierran en la arena. Los salmonetes de rayas rojas y amarillas
-Mullus surmulletus - buscan un refugio entre las rocas. Alevines de cientos
de especies se quedan quietos entre la vegetación. Morenas y cóngrios
comienzan su jornada nocturna de caza. A su vez otros depredadores se acercan
a las costas. Pero horas antes, cuando el sol iluminaba las aguas someras
del Mediterráneo, el espacio fronterizo entre las grandes profundidades
y la tierra se convertía en un centro de frenética actividad,
el espacio perfecto para conocer la evolución y el comportamiento
de especies animales perfectamente conocidas en los mercados de todo el
mundo pero desconocidas en sus pautas y comportamientos. Los habitantes
de ese inmenso hábitat donde el agua es el medio de vida no difieren
de los del resto de espacios ecológicos más que en sus formas
externas.
Una rápida inmersión en aguas poco
profundas sirve para contemplar los diferentes ciclos de la vida animal
en todo su esplendor. Desde la orilla, a sólo unos metros de distancia,
pueden verse pequeñas burbujas de aire, tímidos movimientos
en la superficie del mar. Son pequeños peces que intentan recoger
los residuos orgánicos, animales y vegetales que se encuentran suspendidos,
llevados a la deriva por la corriente. Bogas -Boops boops-, obladas -Oblada
melanura -, que en pequeños bancos, prefieren las aguas someras
para sus correrías diurnas en busca de alimento. Realizan incursiones
hacia la frontera de un mundo donde el aire les mataría. Bajo esa
línea, generalmente agitada por el viento, se esconde un universo
fascinante y cada vez más deteriorado por la acción del hombre.
Muy cerca del rompiente, a menos de dos metros de
profundidad el mar se muestra en todo su esplendor. Una pareja de doncellas,
alargadas, suaves en sus formas y movimientos arrancan con sus fuertes
labios, prominentes, el alimento de entre las algas pegadas a las rocas.
Junto a ellas, casi siempre, un salmonete de roca
adulto. Mientras los jóvenes nadan en grupos de ocho a diez ejemplares
y remueven con sus barbas la arena de la que extraen pequeños crustáceos
para comer, los adultos, solitarios, buscan la compañía de
las doncellas. Aprovechan los detritus arrancados por ellas para alimentarse
sin esfuerzo. Lo hacen, doncellas y salmonetes, en un territorio que previamente
han disputado con salpas -Boops salpa- y algún espárido.
Esto ocurre junto a piedras y rocas, muy cerca de la línea de arena.
Entre las piedras se refugian los bancos de alevines, son minúsculos,
frágiles ante cualquier ataque de los elementos o de los depredadores.
Se apiñan en grupos muy numerosos. El instinto de conservación
les hace moverse al unísono, como si de un único animal se
tratase. Se quedan quietos, estáticos y de pronto, ante cualquier
señal de peligro, corren con una rapidez inusitada. Todos a la vez,
en la misma dirección. Cerca, muy cerca, algunos ejemplares adultos
de la misma especie, vigilan y rodean los cardúmenes. No son especialmente
celosos de la vigilancia, pero la realizan al igual que los grandes mamíferos
protegen a sus crías. Es fácil encontrar grandes bancos de
alevines de bogas, chuclas y obladas rodeados por algunos ejemplares adultos.
Otros espáridos no forman bancos. Se ven fácilmente
junto a las rocas y bloques cerca de la costa. Los pequeños espáridos
-Diplodus annularis, D. vulgaris, D. sargus- son un tanto despegados, les
gusta nadar en solitario sobre las rocas, comiendo entre las algas. A veces
se juntan en grupos de cuatro o cinco pequeños ejemplares, no importa
de que especie sean, los Diplodus se mezclan entre ellos. Pero a poca distancia,
sin aparentar cuidados especiales, algún ejemplar adulto de Diplodus
observa las evoluciones de los pequeños. Posiblemente les alertarán
ante la presencia de algún peligro.
En esas mismas rocas nada, majestuoso, el sargo imperial
-Diplodus cervinus- Cuando es viejo prefiere las aguas con profundidades
superiores a los 10 metros, pero en su infancia y juventud es habitual
de aguas someras. Los jóvenes se relacionan con el resto de Diplodus
, pero marcan su territorio. Su nadar pausado, ondulando las grandes franjas
oscuras de su lomo, con sus grandes ojos amarillos, atrae la atención
sobre él. Por ese motivo siempre está junto a oquedades de
rocas. Un rápido movimiento de aletas y se ocultará entre
las piedras. Antes de buscar aguas más profundas y convertirse en
un solitario, ocupará un territorio que podrá compartir con
otras especies, como el mero de carácter tranquilo y que cuando
son jóvenes también prefieren aguas menos profundas.
Es fácil encontrar un sargo junto a un mero
en una grieta y volverlos a ver varios días después en el
mismo lugar. Sobre algunas rocas el sol arranca brillos plateados y dorados
del cuerpo de las salpas. Se arremolinan en un mismo espacio para comer.
Todos a una. Se mueven como los alevines, con una coordinación perfecta
de manada. Los bancos de bogas, sus parientes, nadan sobre ellos, a media
profundidad. Rápidos, casi transparentes, dejando la impresión
de cientos de líneas verde plateadas en el agua. La nota de color
la ponen los fredis -Thalasoma pavo-, nadan entre las piedras, siempre
cerca de grandes rocas y paredes. Pasan junto al resto de las especies
sin inmutarse, aparentemente ajenos a lo que ocurre a su alrededor. Casi
siempre en parejas, con sus llamativas libreas azuladas, con rayas verdosas
y amarillas. Buscan sin cesar entre las algas. Huyen ante cualquier presencia
inesperada. Rápidos y escurridizos. Atrás han dejado a sus
alevines. Se han quedado entre las grietas más ocultas. También
en grupos de dos o cuatro ejemplares no parecen tener protección
de sus congéneres. Las oquedades son su refugio. Se encuentran en
las zonas más alejadas de la línea de arena porque esa línea
es la frontera para la mayoría de los depredadores. Allí
no hay donde resguardarse. En esa línea, generalmente más
profunda y expuesta a las corrientes, aparecen los dentones, las doradas,
las corvinas y las escasas lubinas que aún quedan. Sólo las
castañuelas -Chromis chromis -, se aventuran a mantenerse mandando,
casi estáticos, en esa frontera entre el abrigo de las rocas y el
mar abierto, aunque siempre cerca de la pared. Allí han quedado
los alevines de azul intenso de esta especie. Se podría pensar que
desde la línea del mar abierto vigilan atentamente, pero la realidad
es que no ocultan a sus retoños ante presencias inesperadas, ni
hacen frente, cara a cara, al contrario de las cabrillas -Serranus cabrilla
-, pequeños y valientes, que dan una lección de arrogancia
y decisión. Se quedan estáticos moviendo las aletas y de
cara a su presunto agresor, aunque sea tan grande como un buceador. Junto
a los rompientes, donde la marea bate las olas y provoca remolinos de espuma,
nadan, rápidas y en formación paramilitar, las lisas - Mugil
cephalus -. Han proliferado en los últimos años, el incremento
de materia orgánica en el agua del mar les ha ayudado a crecer y
a multiplicarse. Se ven pequeños bancos de lisas jóvenes
entre los rompientes, muy cerca de la superficie, rozando con sus lomos
el aire exterior. Siempre están atentas, listas para huir del peligro.
Los ejemplares adultos, algo más alejados del rompiente, de los
torbellinos de burbujas, nadan en la misma dirección que el banco
de jóvenes. Algunas lisas de gran tamaño se hacen solitarias.
Nadan cerca de las grandes rocas. Rehuyen la compañía de
otras especies.
Alejados de las rocas, de las paredes, donde el fondo
se convierte en un pedregal, continúan las evoluciones de los Diplodus,
salpas y doncellas... Pero allí, al abrigo de las piedras, conviven
otros ejemplos de la vida en las aguas poco profundas del mar. El arabesco
azulado que adorna la cara del escriba -Serranus scriba-, se deja ver entre
dos oquedades de piedras. En sus lentas evoluciones se aprecian sus gruesas
rayas oscuras. Su gran mancha azulada en el vientre, y esos dibujos de
trazo árabe en la cabeza. Al ser sorprendido se esconde. Pasará
mucho tiempo antes de que se recupere del susto y vuelva a salir de debajo
de la piedra. Junto a él los Crenilabrus. Vaquetas y tincas, próximos
siempre a las piedras. Muy territoriales defienden su pequeño espacio
de la presencia de doncellas, e incluso de pulpos y jibias. A menos de
tres metros de profundidad un tinca expulsa, en forma de remolinos, los
restos de la comida que ha ingerido. Es su forma para marcar el territorio.
Ni siquiera los bancos de salpas que buscan comida entre las rocas se atreven
a desafiar al tinca. Hay otras piedras y otras algas.
Le ocurre lo mismo a casi todos los pequeños
habitantes de los pedregales. Los gobios, esos pequeños peces siempre
pegados a las rocas, que andan más que nadan sobre las piedras,
defienden su territorio a capa y espada. Se mantienen quietos sobre la
superficie de su espacio territorial, a la espera de sus pequeñas
presas, pero la presencia de doncellas, salpas o Diplodus, no les espantan.
Les hacen frente. Ante un peligro mayor se esconden marcha atrás
en sus guaridas, pero siempre dejan la cabeza fuera. Indica claramente
que esa es su casa. Suelen permitir la presencia de erizos, estrellas y
anémonas junto a sus guaridas, les ayudan a defenderla.
Bajo alguna piedra, en la parte más oscura,
puede estar la sorpresa del color. El reyezuelo, muy escaso a poca profundidad,
esperará bajo la piedra a que la luz se haya ido. Sus grandes ojos
rayados de blanco, mirarán al intruso. Se hundirá aún
más en la oscuridad ante la presencia de un extraño. Ya casi
no hay pulpos ni jibias. Entre las piedras pueden verse pequeños
pulpos a poca profundidad, cada vez son menos. Es el objetivo preferido
del depredador humano. Camuflados, tornados al color de la piedra, sólo
serán visibles si se mueven. De esta forma esperan a sus presas,
pequeños peces que envuelven con sus tentáculos. Las doncellas,
tradicionalmente tímidas y asustadizas, les hacen frente, les incordian
hasta alejarles de sus espacios de caza. En la vuelta la tierra, junto
a la orilla, pueden verse pequeños sargos y herreras. Alevines de
sargos imperiales, siempre en parejas, pequeños y disciplinados.
Nadan al unísono, atentos siempre a otros Diplodus. Aparentan ser
peces tropicales rayados.
VÍDEOS: Paisajes con Historia, es una serie de reportajes
para dar a conocer rutas y parajes con cualidades naturales y
patrimoniales. Grabaciones exclusivas de Waste Magazine.
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